martes, 3 de febrero de 2009

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¿Es posible ser estúpido, hermoso, triste, vacío e interesante? ¿Todo al mismo tiempo? Quizás ese sea el destino único de la burguesía. Quizás no. Quizás detrás de las conversaciones frívolas y de los conflictos idiotas haya algo verdadero. Esa es una de las preguntas que “Los quiero a todos” trata de responder.
Pero ésta no quiere ser solo una obra sobre burgueses aburridos. Es también una reflexión sobre los motores que mueven a una u otra generación. En contraposición con la generación de sus padres, movida por el deseo de revolución, o por un proyecto nítido de país, los protagonistas de esta obra parecen tener un motor que solo gira alrededor de sus ombligos o a lo sumo de la pelusa de esos ombligos: “Para pegarse un tiro hay que haber creído en algo, hay de estar desilusionado, haber perdido. Para mi suicidarme es imposible. Somos, tristemente, de una generación poco suicida.”
A través de un criterio de montaje claramente cinematográfico, donde el tiempo y el espacio se acomodan y desacomodan en forma casi caprichosa, la obra intenta dar cuenta de la situación de una generación a la deriva.
“Los quiero a todos” no quiere ser una observación distante o un falso intento de objetividad.
Quise abordar el universo de la clase media de treinta y pico desde la ira y la compasión. Quise que esta obra tuviera un espíritu nítidamente humorístico y nítidamente trágico pero sobre todo, emocionante.

LQ

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